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A veces, los
pro-inmigrantes, hemos estado desanimados.
En los últimos
años, los defensores apasionados de la inmigración, han ido y han
venido.
A muchos
afortunados extranjeros se les han otorgado sus tarjetas de
residencia y su estatus de naturalizados, pero la dureza y
despreocupación exhibida hasta ahora por muchos políticos respecto
de la ley de inmigración es un reflejo de que las normas culturales
estadounidenses no son aceptadas por muchos.
Pero el desaliento
ocasional no es una rendición.
Como dijo Martin
Luther King, Jr.: "El arco del universo moral es largo, pero siempre se
dobla hacia el lado de la justicia".
A pesar del
anuncio de la nueva pospocisión hasta fines de esta semana de la
presentación pública del ante-proyecto de Reforma Migratoria
redactado por el "Grupo de los 8" del senado, me doy cuenta
de que todo ya ha iniciado.
Es que cómo un
remolino invisible bajo la marea cambiante que ocultan las olas, la
gran integración cultural estadounidense del Siglo XXI, ha comenzado de nuevo.
Desde la "Segunda
Guerra Mundial" la unidad nacional de los estadounidenses ha
sido vinculada cada vez más a la fuerte cultura cívica que permite
y protege las expresiones de diversidad étnica y religiosa de los
individuos, misma que aminora los conflictos entre los diversos grupos.
Es la cultura
cívica estadounidense, la que une y protege las libertades,
incluyendo el derecho a ser de una étnia diferente.
El sistema no
estaría a prueba, si la mayoría de los inmigrantes fuesen Ingléses o Escocéses.
Es verdad que la
nueva república, como dijo George Washington en un discurso, se
formó en base a la homogeneidad en cuanto a "religión,
costumbres, hábitos y principios políticos".
Pero las
diferencias rápidamente proliferaron después de la llegada de un
gran número de alemanes, escandinavos e irlandeses durante el siglo
XIX, muchos de los cuales eran católicos, y de la inmigración de
personas provenientes del Sur de Europa en los albores del Siglo XX,
la mayoría de las cuales o eran católicas o eran judías.
En mi opinión, el
principio político de "aceptacion de la diversidad", sigue
siendo el núcleo que une a la comunidad nacional.
Todos los nuevos
inmigrantes entran en un proceso de americanización a través de la
participación en la vida y en el sistema político, y, al hacerlo,
establecen aún más profundamente la cultura cívica del país como
base de la unidad americana.
La diferencia
entre el pasado y ahora es que esta vez la aculturación ha ocurrido
a la inversa.
Estadounidenses
excepto por papeles, "Los Soñadores", han seguido
estableciendo la cultura cívica del país de aceptacion de las
diferencias como base de la unidad americana de una manera que obliga
a la nación a adaptar su lenguaje, lo que libera a sus padres y a
ellos mismos de ser llamados con la palabra manchada de "ilegal".
Y es que todavía
estamos disparándole flechas metafóricas al arco de la justicia!