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Cuando algo malo
sucede, como los tornados del lunes en Moore, Oklahoma, podemos oír
a los evangelistas asegurar: "todo eso es parte del plan de
Dios."
Pero si usted me
pregunta: "¿Cree que lo malo que pasó es parte del plan
de Dios?"
Voy a responderle enfáticamente: "Oh, no, ... eso es basura."
Cada vez que sucede un sangriento acto de la naturaleza o de la maldad humana, se escalofría mi alma.
Sé que la
búsqueda de consuelo en alguna frase bonita es algo muy comprensible.
Una víctima es
rescatada con vida de entre los escombros de un terremoto, y proclamamos:
"Milagro!"
En el funeral de
un niño, un doliente dice: "Dios debe haber querido otro
angelito".
Si esos
pensamientos proporcionan consuelo a alguien que ha perdido a un ser
querido por la barbarie de la naturaleza o del hombre, pues bien.
Pero ese no es el
Dios en el que creo.
El Ser Supremo en
el que yo creo, no demuestra su omnipotencia salvando unas pocas vidas, y
poniéndole fin a miles.
Tampoco convoca al
cielo a los ángelitos, aniquilando la vida de niños de manos
de un sádico pistolero.
Sí, ya sé que
los teólogos han pasado siglos ponderando esas preguntas, pero la
mayoría de las conversaciones no han ido más allá de ser
simplistas y concluir que: "Todo sucede por una razón."
Lo triste es que en cierto sentido, eso es verdad.
Los Tornados se
producen cuando diferentes temperaturas y la humedad se encuentran.
Los terremotos se
producen cuando ocurre una súbita liberación de energía dentro de la
corteza terrestre.
Y entre los seres
humanos, fuerzas que van desde las enfermedades mentales, a la
codicia, al gusto de imponer sin remordimiento sufrimiento a los
demás, pueden hacer que las personas se hagan cosas terribles los
unos a los otros.
Creo que eso es
parte del trato involuntario que tenemos con la naturaleza sólo por el hecho de estar vivos.
Por otro lado, cada día podemos experimentar el esplendor de la naturaleza, la belleza del arte, el
bálsamo del amor y la alegría de la existencia.
Siempre con el conocimiento de que una enfermedad, una lesión, un desastre natural o una maldad pueden terminar en un instante con nosotros o con alguien que amamos.
Siempre con el conocimiento de que una enfermedad, una lesión, un desastre natural o una maldad pueden terminar en un instante con nosotros o con alguien que amamos.
Es una dura
realidad, pero también lo son muchas otras cosas.
Hay gente buena a
las que el destino le reparte una mala jugada.
Y hay gente muy mala que viven una vida larga y llena de cómodos privilegios.
Y hay gente muy mala que viven una vida larga y llena de cómodos privilegios.
Es que el azar es un
actor permanente de gran alcance en cada una de nuestras vidas, así como en
la historia de la humanidad.
¿Significa eso
que no podemos tener consuelo cuando sucede un desastre?
Por supuesto que
no.
Debemos celebrar
cada rescate.
Ánimar el
heroísmo de una maestra que protege a los niños con
su cuerpo.
Honrar a los rescatistas y voluntarios que trabajan día y noche en la busqueda de sobrevivientes
Y aprender de cada
desastre para limitar la muerte y la destrucción de los inevitables sucesos trágicos futuros.
Creo que el consuelo que
buscamos no se encuentra en la ilusión de que todo sucede por una
razón, sino en la terca determinación de hacer lo mejor que podamos de este mundo incierto.
Amén!