Por Aníbal E. Melo
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En este país, a menos que usted pueda
reclamar sangre indígena en sus venas, todos somos inmigrantes.
Más aún, pienso que Estados Unidos de América
es el deseo hecho realidad nacido de una amalgama de principios políticos e
ideales comunes trasplantados desde el otro lado del Atlántico.
Aquí, todos somos inmigrantes o
descendientes de estos.
Por supuesto, cada vez que muchos
hablan de la inmigración, rara vez lo hacen en bien.
Muchos anti-inmigrantes a menudo
enredan este tema, para que parezca insoluble, pero con eso, no le
hacen bien a nadie.
Lo hacemos mejor cuando mantenemos
nuestro enfoque sobre lo que está sucediendo ante nuestros propios
ojos.
Pero, el aceptar a los inmigrantes
significa que tenemos que enfrentar nuestros propios prejuicios.
Con esto quiero decir que tenemos que
estar dispuestos a aceptar vidas y formas de vida diferentes
a las nuestras.
Eso nunca es fácil, y siempre ha sido
la parte más difícil del experimento norteamericano de convivencia.
Sin embargo, ese experimento
estadounidense ha tenido más éxito cuando sus ciudadanos se han negado a
confundir la "unidad" con la "uniformidad".
Estoy cada vez más insatisfecho con
cualquier ley pública que se base en falsas dicotomías. En
absolutos y artificiosos juegos de suma y resta.
Porque ya he visto demasiado en esta
vida en la tierra.
Vidas de gente común, preocupadas por
el bienestar de todos los que no han tenido la oportunidad de tener
mejores vidas.
De individuos, que piensan que "el
total" es mayor que la suma de "las partes".
No estoy jugando al Pollyanna.
Está sucediendo ahora mismo en barrios
de todo el país, mientras escribo.
Estoy cada vez más convencido de que
el florecimiento humano no se deriva ni de los científicos, ni de
los economistas, ni de los psicólogos, ni de los políticos, sino de
los pueblos que abrazan los conceptos de "bienvenida" y
"hospitalidad" como piedras angulares de su ética.
Y es que la compasión por aquellos cuyas vidas
son más vulnerables, los más débiles, es un componente esencial
para dirigir nuestras propias vidas.
Ese es el corazón de la paradoja.
Nuestras vidas mejoran cuando vivimos
una preocupación abierta por el bienestar de los demás.
De hecho, así es como la Independencia se logró, de "menor" a "mayor".