jueves, 30 de junio de 2016

Vivimos En Una Era De milagros


Por Aníbal E. Melo

Hoy en día, tenemos vehículos autónomos, aviones comerciales, fármacos nano-medicinales, terapia génica, tecnología de microprocesador, y flujo en todas partes y casi incontrolable de la información.

Estos son sólo algunos de los cambios que están empezando a poner de cabeza nuestro modo de vida.

Y es que el cambio tecnológico disruptivo está creando rápidamente un mundo al cuál no estamos acostumbrados.

El ser humano nunca había vivido este ritmo de progreso.

Durante miles de años, la humanidad vivia para subsistir, con hambre, y rodeada de enfermedades.

Es sólo en los últimos Siglos que nuestra especie se ha liberado a sí misma de esas condiciones despreciables.

Ahora nos encontramos en un gran momento en nuestra historia.

Y el camino que elijamos dará brujula a todo el resto de nuestras vidas, y de buena parte de las generaciones por venir.

Por un lado podemos encontrar un futuro fértil, con progreso; y por otro, la posibilidad de encharcarnos en el estancamiento económico, social y tecnológico.

Pienso que con el fin de acomodar el ritmo actual de transformación, las personas debemos comenzar a abrazar valores como la tolerancia, y el optimismo.

Por supuesto, este tipo de llamados son meros susurros en el viento, ahogados por tantos otros deseos bajos.

Apelar a la necesidad de que todos aceptemos positivamente los cambios puede ser tan eficaz como soplar con la boca, con la expectativa de que el curso del viento cambiará.

Así que si soplando no podemos cambiar hacia donde va el viento, ¿qué debemos hacer?

Un viejo proverbio chino nos podría iluminar el camino:

"Cuando sopla el viento del cambio, algunas personas construyen paredes, otras construyen molinos de viento."

Cuando nos enfrentamos a la inevitabilidad del cambio, ¿cómo debemos responder?

¿Debemos retroceder con miedo, ordenándonos a no vivir la satisfacción del presente, y rehuyendo el potencial del futuro?

Si así lo hubiesemos hecho en el pasado, el progreso humano se habría detenido hace mucho tiempo.

Pero en su lugar, la humanidad ha abrazado consistente y abrumadoramente la marcha hacia nuevas fronteras.

Nuevas fronteras de experiencia humana.

Pero desgraciadamente, el desarrollo y el progreso humano, no es una conclusión inevitable del momento en que vivimos, ya que el progreso social y económico no son características automáticas de la historia.

En todo caso, son la excepción, no la norma.

Cuando las sociedades renuncian a una perspectiva optimista en la innovación, y en la experimentación del ensayo y del error, y no tratamos de descubrir nuevas formas de hacer las cosas, el progreso se detiene.

Alexis de Tocqueville, externó la siguiente preocupación:

“No puedo dejar de temer que los hombres puedan llegar a un punto en el que vean a todas las nuevas teorías como un peligro, cada innovación como un problema, cada avance social como un primer paso hacia la revolución”.

Ahora todos estamos enfrentados con una convergencia de avances de proporciones tales que nos seguirán cambiando la vida.

Múltiples algoritmos se están infiltrando en todos los rincones de nuestras vidas y el tipo de existencia que conocemos hoy en día pronto será aún más ubicuo.

Pero eso, sin embargo, no está escrito en piedra.

Es mucho lo que podría evitar ese futuro de abundancia.

América se ve acosado por un sistema de odioso y penetrante que tiene el poder de restringir la innovación y el progreso social y humano a través de pesadas regulaciones migratorias, entre otras.

El Congreso, a pesar de que debería proporcionar una supervisión efectiva de la burocracia, se ha vuelto más y más prepotente, acostumbrados a ejercer sus poderes con malicia, paralizando al país.  

Donde una vez el legislador evitó los excesos de la extralimitación, el aparato estatal ahora casi depende del Congreso, frenandose así el desarrollo de la burocracia federal.

Y es que para poder seguir disfrutando de un futuro de abundancia hay que asegurarse hoy de que efectivamente el mensaje de la innovación fluya sin cortapisas y con regulaciones poco estrictas.

Así, también debemos los defensores de los inmigrantes, en particular, pensar más críticamente sobre nuestra disposición de no circunvalar nuestra lucha.

Muchos podrían condenar esa estrategia como contraproducente para la búsqueda de un futuro más liberador y próspero.

Pero el sistema de Gobierno estadounidense tal como existe hoy ha sido impulsado en gran parte por los soñadores.

¿De qué manera los hispanos y nuestras organizaciones de defensa pro-inmigrantes podemos llegar a influir seriamente en la política pública?

Participando activamente en ella.

Esa es la forma más efectiva que tenemos para despejar el camino y lograr un futuro más atractivo para nuestras comunidades.

Si deseamos ver un futuro en el que el progreso, el optimismo y el florecimiento humano de nuestros barrios sean la norma, entonces debemos empezar aquí y ahora participando masiva y de forma incremental, en todas las elecciones políticas que podamos.

De esta manera, podremos asegurar un futuro de milagros en abundancia e innovación, y no de escasez, estancamiento y discriminación, para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos.