Por Aníbal
E. Melo
Hoy en día,
tenemos vehículos autónomos, aviones comerciales, fármacos nano-medicinales,
terapia génica, tecnología de microprocesador, y flujo en todas partes y casi incontrolable
de la información.
Estos son
sólo algunos de los cambios que están empezando a poner de cabeza nuestro modo
de vida.
Y es que el
cambio tecnológico disruptivo está creando rápidamente un mundo al cuál no
estamos acostumbrados.
El ser
humano nunca había vivido este ritmo de progreso.
Durante
miles de años, la humanidad vivia para subsistir, con hambre, y rodeada de enfermedades.
Es sólo en
los últimos Siglos que nuestra especie se ha liberado a sí misma de esas
condiciones despreciables.
Ahora nos encontramos
en un gran momento en nuestra historia.
Y el camino
que elijamos dará brujula a todo el resto de nuestras vidas, y de buena parte de
las generaciones por venir.
Por un lado podemos
encontrar un futuro fértil, con progreso; y por otro, la posibilidad de encharcarnos
en el estancamiento económico, social y tecnológico.
Pienso que
con el fin de acomodar el ritmo actual de transformación, las
personas debemos comenzar a abrazar valores como la tolerancia, y el optimismo.
Por
supuesto, este tipo de llamados son meros susurros en el viento, ahogados por
tantos otros deseos bajos.
Apelar a la
necesidad de que todos aceptemos positivamente los cambios puede ser tan eficaz
como soplar con la boca, con la expectativa de que el curso del viento
cambiará.
Así que si soplando
no podemos cambiar hacia donde va el viento, ¿qué debemos hacer?
Un viejo
proverbio chino nos podría iluminar el camino:
"Cuando
sopla el viento del cambio, algunas personas construyen paredes, otras
construyen molinos de viento."
Cuando nos
enfrentamos a la inevitabilidad del cambio, ¿cómo debemos responder?
¿Debemos retroceder
con miedo, ordenándonos a no vivir la satisfacción del presente, y rehuyendo el
potencial del futuro?
Si así lo hubiesemos
hecho en el pasado, el progreso humano se habría detenido hace mucho tiempo.
Pero en su
lugar, la humanidad ha abrazado consistente y abrumadoramente la marcha hacia
nuevas fronteras.
Nuevas
fronteras de experiencia humana.
Pero
desgraciadamente, el desarrollo y el progreso humano, no es una conclusión
inevitable del momento en que vivimos, ya que el progreso social y económico no
son características automáticas de la historia.
En todo
caso, son la excepción, no la norma.
Cuando las
sociedades renuncian a una perspectiva optimista en la innovación, y en la experimentación del ensayo y del error, y no
tratamos de descubrir nuevas formas de hacer las cosas, el progreso se detiene.
Alexis de
Tocqueville, externó la siguiente preocupación:
“No puedo
dejar de temer que los hombres puedan llegar a un punto en el que vean a todas
las nuevas teorías como un peligro, cada innovación como un problema, cada
avance social como un primer paso hacia la revolución”.
Ahora todos
estamos enfrentados con una convergencia de avances de proporciones tales que nos
seguirán cambiando la vida.
Múltiples algoritmos
se están infiltrando en todos los rincones de nuestras vidas y el tipo de existencia
que conocemos hoy en día pronto será aún más ubicuo.
Pero eso, sin embargo, no está escrito en piedra.
Es mucho lo
que podría evitar ese futuro de abundancia.
América se
ve acosado por un sistema de odioso y penetrante que tiene el poder
de restringir la innovación y el progreso social y humano a través de
pesadas regulaciones migratorias, entre otras.
El Congreso,
a pesar de que debería proporcionar una supervisión efectiva de la burocracia,
se ha vuelto más y más prepotente, acostumbrados a ejercer sus poderes con malicia,
paralizando al país.
Donde una
vez el legislador evitó los excesos de la extralimitación, el aparato estatal
ahora casi depende del Congreso, frenandose así el desarrollo de la burocracia
federal.
Y es que para
poder seguir disfrutando de un futuro de abundancia hay que asegurarse hoy de
que efectivamente el mensaje de la innovación fluya sin cortapisas y con
regulaciones poco estrictas.
Así, también
debemos los defensores de los inmigrantes, en particular, pensar más
críticamente sobre nuestra disposición de no circunvalar nuestra lucha.
Muchos
podrían condenar esa estrategia como contraproducente para la búsqueda de un
futuro más liberador y próspero.
Pero el
sistema de Gobierno estadounidense tal como existe hoy ha sido impulsado en
gran parte por los soñadores.
¿De qué
manera los hispanos y nuestras organizaciones de defensa pro-inmigrantes podemos
llegar a influir seriamente en la política pública?
Participando activamente en ella.
Esa es la forma
más efectiva que tenemos para despejar el camino y lograr un futuro más
atractivo para nuestras comunidades.
Si deseamos
ver un futuro en el que el progreso, el optimismo y el florecimiento humano de
nuestros barrios sean la norma, entonces debemos empezar aquí y ahora participando
masiva y de forma incremental, en todas las elecciones políticas que podamos.
De esta
manera, podremos asegurar un futuro de milagros en abundancia e innovación, y no de escasez,
estancamiento y discriminación, para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos.