domingo, 2 de abril de 2017

Trump Me Recuerda A Chávez

Por Aníbal E. Melo

La lengua es una dama todopoderosa, que puede lograr cosas divinas.

Puede desterrar el miedo, eliminar el dolor, inculcar placer y aumentar la compasión o el odio.


Escribo esto, por que si usted piensa que la visión de un mundo “irreal” por parte de Trump es algo reciente, entonces debe recordar cómo Hugo Chávez destruyó y todavía sigue destruyendo a Venezuela.


Se puede decir con seguridad que ese supuesto “revolucionario”, que desde el 1999 hasta el 2013 presidió el mayor boom petrolero de la historia, en el país más rico en petróleo del mundo, dejó atrás a una sociedad hambrienta, enferma y económicamente arruinada.


En mi opinión, Chavez representa una catástrofe absoluta para los ciudadanos de su país. Una catástrofe de hechos, por así decirlo.


Sin embargo, muchos venezolanos, especialmente los más pobres, que son los más golpeados por sus fallidas políticas, todavía lo idolatran como un salvador. Algunos incluso han establecido cultos religiosos alrededor de su figura.


Contra toda razón y evidencia, durante más de dos décadas, han estado viviendo en un universo irreal.


Mientras tanto, Estados Unidos parece estar descubriendo con Trump, este concepto por primera vez.


Hugo Chávez y Donald Trump tienen personalidades desproporcionadas y (cada uno en su momento), se han visto a sí mismos como los únicos líderes capaces de restaurar sus países a la grandeza.


Chávez como Trump, evitaba la corrección política y rutinariamente hablaba en un estilo informal, sin guión, conectándose directamente con los votantes que se sentian invisibles.


Ambos han sido populistas polarizadores y 17 años de gobierno chavista en Venezuela pueden proporcionarnos una grave advertencia.


Ahora, en la medida que el Presidente Donald Trump y su equipo mienten sobre un hecho tras otro, los medios de comunicación occidentales se llenán de lamentaciones por la entrada de los Estados Unidos a la era de las “irrealidades”.


En general, los comentaristas definen este echo como un tipo de enfermedad que impide ver la objetividad, y que a la vez aumenta la subjetividad y las emociones.


La verdad se ha vuelto tan devaluada, que lo que alguna vez fue el patrón oro del debate político, hoy es una moneda sin valor.


Pero si analizamos la verdad podemos ver sin dificultad la existencia en Estados Unidos, de un “universo ficticio tipo Chávez”: Verdades e interpretaciones casi todas distorcionadas.


Muchos suponen que la comprensión científica del mundo es de alguna manera la ruta natural del ser humano -la obvia- cuando, de hecho, la fe ciega ha sido la constante invariable de la civilización.

Durante la mayor parte de la historia humana, vivimos para sobrevivir y, ante las dudas, creamos realidades alternativas que no requieren verificación, y de las que no nos tenemos que  avergonzar.


Pero ahora, en la “Era de Google”, hemos llegado a pensar que viivimos en un complejo mundo de hechos, y no en un mundo dominado por las creencias.


De hecho, muchos ignoran completamente el verdadero mérito de la Era de la Noticias Falsas.


Su coherencia y facilidad narrativa, misma que es empujada a las masas por cualquiera que sepa utilizar los nuevos medios de comunicación sociales, es impresionante.


Precisamente esa coherencia, y sencillez dentro de un mundo complejo, hace que la ficción, a los ojos de muchos, sea más digna que la realidad.


Como dijo el ex-Presidente Barack Obama en una entrevista con el New Yorker: "El ecosistema de los nuevos medios significa que todo y nada es verdad".


Dependiendo de donde usted se nutra de la noticia, que a menudo es la misma fuente, descubrirá que su mente cada vez se parece más a las de las personas que se la brinda.


En temas tan importantes como el Comercio con China, la Desregulación Reganómica, la Depravación Financiera, ObamaCare, la Inmigración ilegal, los Impuestos, etc., las respuestas no están claras, y así, entonces, no podemos ver las soluciones.


Las preguntas permanecen abiertas.


Y es, cuando la mentira se convierte en verdad absoluta, siendo ficticia.


Es por eso que para todo tema, Trump siempre tiene una explicación simple.


Por ejemplo, en el del  “TLCAN con China”, dice: "Estamos viviendo el mayor robo de trabajo en la historia del mundo. Podemos arreglarlo fácilmente”.


Muchas personas culpan del auge de Trump a la deficiencia en la educación, al esplendor del espectáculo en la política, al surgimiento de nuevas técnicas de encuestas y al marketing basado en datos.


Algunos incluso culpan a Hollywood.


En mi opinión, lo que tenemos es una población estupefacta, manipulada indolentemente por los medios sociales, que votó por Trump precisamente por la estupidez y sencillez de su retórica.


Parece que hoy, en Estados Unidos, para ganarse a los votantes, hay que crear realidades falsas -especialmente cargadas de obvios enemigos- y con muchas promesas doradas.


Pero eso es más que ofensivo, es intelectualmente perezoso.


Si intentamos explicar el fenómeno de Trump sólo por el lado de sus ofertas, entonces perdemos de vista la totalidad de la pintura.


¿Qué hay de la gente que le compró su venta?


No creo que sean un ejército de insensatos, ingenuos, racistas con armas y teléfonos inteligentes y de poca educación los que llevaron a Trump al poder, sino más bien un gran sector de la sociedad, a los que durante mucho tiempo se les prometió movilidad social, misma que nunca consiguieron y que después de casi toda una generación con sus salarios estancados, sin obtener respuesta clara y coherente a sus preguntas, estaban desesperados.


Los contendientes republicanos de Trump no pudieron darles respuesta.


Hillary Clinton tampoco pudo.


Y ciertamente ninguno de ellos propuso un nuevo Contrato Social para reemplazar el famoso ideal del moribundo Sueño Americano.


Trump ganó construyendo una realidad alternativa que dió a sus partidarios aparente respuesta a sus preguntas y esperanzas de solución.


No importa que todo fuese una ilusión.


Para ganarse a los votantes, una realidad falsa -especialmente cargada de enemigos y promesas doradas- fue mejor, ...que más de lo mismo.


"¿Por qué estoy sufriendo?"


Es la pregunta que siempre ha llevado a los desesperanzados  a buscar la fe.


Durante la mayor parte de nuestra historia, la religión les dió la respuesta que necesitaban (es decir, "sufres porque eres pecador").


El populismo moderno a lo Trump, o a lo Chávez logra lo mismo.


Cuando los ciudadanos le preguntan a Trump por qué están sufriendo, también obtienen respuestas simples: "Sufres por causa de ellos".


Al igual que la religión, el populismo pide lealtad ciega, desecha la verdad como valor incondicional y surge de una cierta coherencia mitológica no verificada.


Al igual que la religión, el populismo promete una solución -que nunca llega, por supuesto- pero que está constantemente colgada delante de los creyentes, que se tranquilizan con la sola expectativa.


El foco principal de la política populista es, por lo tanto, pretender que se ama a las personas que esperan, y darles un culpable de su sufrimiento.


Recrear verbalmente el mundo post-factual de sus creencias, para hacerles sentir que están avanzando.


El populismo no es un sistema de hechos o soluciones que opera en el complejo mundo de la política y la legislación, sino más bien una ficción interactiva, basada en posturas y simbolismos, en la que países enteros pueden llegar a ser no lo que son realmente, sino lo que creen ser.


Por lo tanto, no debe sorprendernos que los primeros puntos de la Agenda Presidencial de Trump sean patentemente populistas: El muro con México, eliminar ObamaCare, la prohibición de la entrada de los musulmanes al país, el ataque a los medios de comunicación y a las agencias de inteligencia.


Todos tan útiles en términos de política pública como la construcción de una Pirámide en el desierto, pero que apoyan la retórica envenenada y refuerzan lo ficticio del mensaje Trumpista.


Yo he visto todo eso antes.


Chávez demolió las instituciones y la economía de su país utilizando una realidad retórica que valía más para sus partidarios que lo material que destruyó.


En diciembre del 1999, año en que Chávez llegó al poder, el nombre de su país cambió de Venezuela a  “República Bolivariana de Venezuela”.


En el 2002 el “Día de Colón” fue renombrado como el “Día de la Resistencia Indígena”.


En marzo del 2006 el Escudo de Armas del pais, fue cambiado a uno donde un caballo galopa hacia la izquierda.


Un año más tarde la zona horaria del país fue atrasada en 30 minutos.


Bolívar, padre fundador de Venezuela, se convirtió repentinamente en un izquierdista, según la propaganda oficial, los libros de texto y el graffiti de la ciudad.


Mientras tanto, la gente sólo asintió.


Todo eso era una pantomima para ocultar una industria de corrupción masiva que trabajaba detrás del telón, una que se robó, en su estimación más baja, la cantidad inimaginable de 300 mil millones de dólares y completamente devastó a ese país.


Pero según la propaganda oficial, fueron los imperialistas norteamericanos, con el apoyo tácito de la traidora clase media venezolana, la que lo destruyo todo.


Esa ficción fue tan apropiadamente retratada, y de hecho tan convincente, que la mayoría de los venezolanos no se preocuparon de mirar hacia atrás.


¿Cómo pueden valer más las promesas de los enemigos, que las de los amigos?


Ya que la mayoría de los seres humanos no anhelan realmente la riqueza, sino su significado, es importante darles ideas de qué hacer, mientras siguen empujando la roca de su vida cuesta arriba.


En Venezuela, para los pobres y marginados históricamente, Chávez ofreció una potente alternativa al gradualismo vacuo de los políticos: Ofreció una revolución.


Una que exhortó a la gente común a involucrarse y a tomar venganza.


Una construida no a través de la política, sino a través de retóricas inexplicables y apasionadas.


Una revolución que estaba triunfando mientras usted lo creyese.


Desde el principio vi el delirio extenderse como un incendio forestal a través de la población venezolana, infectando a extremistas y moderados por igual.


Lo mismo ocurre ahora en Estados Unidos: "Trabajad duro y lograréis, la vida ideal".


Por largo tiempo el significado de lograr una mejor calidad de vida en las democracias liberales (conocido como "el sueño americano" en los Estados Unidos) se ha vuelto obsoleto.


Con eso desaparecido, no pasó mucho tiempo para que millones callesen bajo el hechizo populista que Trump estaba conjurando.


Y es que al igual que Chávez, Trump le ofrece a sus partidarios no detalles, políticas o leyes concretas, sino fe.


Washington será drenado, promete, y un Muro en la frontera se levantará para protegerlos y albergarlos. Las fáctorias arruinadas comenzarán a repicar otra vez, etc.


Todo es retórica vacía, pero mientras uno lo crea, está sucediendo.


¿Quién puede decir que lo que Trump promete hoy, pronto no va a hacerse realidad?


Usted puede estar pensando que el Trumpismo no va a durar, que los partidarios más leales del Presidente con el tiempo se liberarán del embrujo, y que los moderados estadounidenses nunca sucumbirán a él.


Pero no subestime el poder de la ficción.


Incluso hoy en día, el 52 por ciento de los venezolanos sigue viendo a Chávez positivamente, a pesar de las evidencias diarias en forma de creciente escasez, crimen y enfermedades.


Recuerde: El delirio es contagioso.


Es una auto-inmolación y se alimenta a través de los canales naturales de las redes de la sociedad.


Mirando a través de la historia, uno puede encontrar muchos ejemplos de naciones civilizadas que han sido impulsadas hacia la demencia y la guerra total.


Como Venezuela, sí, pero también, como Rusia a principios del Siglo XX.


Y sí, como Alemania en los años treinta.


Las personas razonables de esos países pensaron que podrían resistir la irracionalidad.


Pero no pudieron. No asuma que los Estados Unidos no será el próximo.


Por lo tanto, debemos ver la creciente guerra de Trump contra los medios de comunicación y sus hechos por lo que son.


No como un caso de trastorno presidencial, o incluso un cierto descuido sobre lo que es factual.


No, es otra cosa.


Al igual que todos los populistas, Trump está motivado principalmente por la construcción de una ficción.


Su plan esta cuidadosamente diseñado para recrearle a un pedazo bastante grande de personas una realidad alternativa en la que realmente hay éxito, venganza, y esperanza.


Para él y para su público, todo esto, es como el Efecto Placebo que comienza a supuestamente a surtir efectos, y para consternación, lo suficientemente bueno y duradero.


En Estados Unidos, detener ese delirio no será fácil.


Ojalá pudiera decir algo similar a lo que dijo Alberto Barrera Tyszka, famoso novelista venezolano, el año en que Chávez murió: "Vivimos en un país complejo y sólo la complejidad puede salvarnos".


Los Chávez y los Trump llegan al poder cuando los líderes políticos son percibidos como que no escuchan ni dan voz a sus electores.


Los populistas ayudan a impulsar la tan necesitada sacudida de los partidos complacientes, propensos a perpetuar reglas electorales injustas, como la financiación de campañas y el gerrymanderismo, para mantenerse en el poder.


Pero cuando los votantes dan a estos líderes mesiánicos un poder político sin control para enfrentar los controles y los equilibrios institucionales, asi como para socavar la civilidad básica y el respeto de los derechos individuales, corren el riesgo de introducir una peligrosa concentración de poder sujeta a los caprichos de un líder egocéntrico.


En estos tiempos en que vivimos, durante una de las perturbaciones más potentes que la sociedad ha vivido en términos de tecnología, cultura y economía, la prioridad tiene que ser salvaguardar a la clase media y obrera desaparecida.


Ver por ellos, y hablar con ellos. Ganarse su confianza de nuevo.


Rescatar de sus ruinas al verdadero Sueño Americano -la narrativa que hizo posible la grandeza de Estados Unidos- y recrearla de nuevo.


Pero esta vez, en serio!